La escritura y sus formas discursivas, Alvarado, Maite y Yeannoteguy, Alicia, Buenos Aires, Eudeba, 1999.
La escritura como tecnología
Pero para que la escritura no se limite a funciones
administrativas y contables, tendrá que pasar mucho tiempo. En el siglo V
antes de Cristo, Platón expresa sus recelos frente a esta tecnología. Platón
es una especie de bisagra entre la dialéctica socrática, oral, y la lógica
aristotélica, eminentemente escrita: escribe su filosofía, pero en forma de
diálogos. En el Fedro, le hace
decir a Sócrates que la escritura favorece el olvido. Es extraño, porque
justamente la escritura, como memoria artificial, viene a reemplazar a la
memoria biológica, a liberarla de la pesada carga de tener que conservar
todos los conocimientos. En este sentido, la escritura no favorece el olvido
sino la conservación de los conocimientos, además de que, al liberar a la
mente de la tarea de memorizar, le permite ocuparse de tareas más creativas.
En Oralidad y escritura,
Walter Ong compara los reparos de Platón frente a la escritura con los que se
hacían algunos años atrás a la calculadora de bolsillo o a la computadora;
por ejemplo, se decía que si los chicos usaban la calculadora en la escuela,
no iban a aprender las tablas de multiplicar. Platón pertenecía a una cultura
que, si bien había adoptado la escritura hacía ya varios siglos, todavía no
la había desarrollado como herramienta intelectual. En este sentido, se
podría decir que seguía siendo una cultura dominantemente oral. Para las
culturas orales, la conservación de las tradiciones, los conocimientos, la
historia, descansan en la capacidad biológica de memorizar; lo que explicaría,
por lo menos en parte, la desconfianza de Platón frente a esta tecnología que
reemplaza, en gran medida, a la memoria.
El sociólogo Raymond Williams considera a la escritura
como un medio de producción cultural que utiliza, como recursos, materiales y
herramientas externos al cuerpo humano. A los medios de producción que se
valen de recursos externos, los denomina "tecnologías". Es decir,
la escritura es una tecnología. Todas las tecnologías de la comunicación
requieren un aprendizaje, por parte del usuario, para introducir mensajes;
pero sólo la escritura necesita, además, de un aprendizaje para poder
recibirlos. Es decir que tanto la producción como la recepción de mensajes
escritos requieren un entrenamiento largo y costoso, lo que pone en desventaja
a la escritura respecto de otras tecnologías de la comunicación, como las
audiovisuales. Nadie necesita aprender a "ver" televisión; en
cambio, existe una institución, la escuela primaria, dedicada
fundamentalmente a la enseñanza de la lectura y la escritura.
Walter Ong también define la escritura como una tecnología
de la palabra, del mismo modo que la imprenta y la computadora. Nosotros
pertenecemos a una cultura que ha incorporado y automatizado la escritura
hasta casi naturalizarla; pero, en realidad, como afirma Ong, la escritura es
la más artificial de las tecnologías de la palabra, simplemente porque fue la
primera. Lo que luego hicieron la imprenta, la máquina de escribir o la
computadora, no fue más que amplificar lo que ya estaba en la escritura.
¿En qué consiste la artificialidad de la escritura? En que
separa la palabra del contexto vivo de la comunicación oral y la fija sobre
una superficie. Lo que implica, por una parte, que el sujeto que fija la
palabra la ve ahora transformada en objeto; y segundo, al fijarla en una
superficie, con materiales que le permiten perdurar, hace posible una
comunicación diferida y a distancia. Como consecuencia de esto, el hombre
pudo volver sobre sus palabras en otro tiempo, revisarlas, revisar sus ideas,
modificarlas, cuestionarlas. La escritura hizo posible una reflexión crítica
respecto de las ideas propias y ajenas, e hizo posible el análisis y la
disección del lenguaje y del pensamiento.
La escritura -como los lenguajes en general- es una
herramienta simbólica o semiótica, que sirve para transformar las relaciones
sociales. Así como las herramientas permiten transformar la naturaleza, el
medio físico, los sistemas de signos permiten transformar las relaciones
entre los hombres; por eso se habla de "herramientas semióticas".
Estas últimas tienen la característica de que, a fuerza de uso, terminan por
interiorizarse. En este sentido, Walter Ong sostiene que la escritura
reestructuró la conciencia: a fuerza de usar esta herramienta, la mente del
hombre terminó transformándose, generando operaciones cognitivas que antes no
eran posibles. Desde una perspectiva histórica, se trata de un proceso muy
largo, en el que la escritura fue cambiando sus funciones. Y para que estos
cambios se realizaran, también fue necesaria una serie de transformaciones
materiales, tanto en el soporte como en las herramientas que se usaban para
escribir.
Cambios en el soporte
Los documentos escritos más antiguos que se encontraron,
los de los sumerios, son tablillas de arcilla talladas con punzón. Entre
estas y la pantalla de la computadora ha habido una serie de mutaciones en el
soporte de la escritura que han incidido en los modos de leer y escribir. Por
ejemplo, se pasó de la superficie rígida de la arcilla a los rollos de papiro
en los que se escribía con pincel. Fue un avance importante porque los
papiros podían transportarse con más facilidad y no exigían el esfuerzo físico
del tallado, pero presentaban otras dificultades: había que desenrollarlos a
medida que se leía, y se volvían a enrollar por el otro extremo, de modo que
no había posibilidad de volver atrás para releer. Alrededor del siglo I de
nuestra era, hubo un salto importante al pasar al codex o códice, que ya
tenía formato de libro: eran folios, hojas de pergamino; el códice permitía
la relectura, la vuelta atrás.
Hasta el siglo XII, las palabras no estaban separadas en
los textos, es decir, las palabras se presentaban en un continuo similar al
del habla (cuando hablamos, no separamos las palabras). Esto, sumado a que no
había puntuación, dificultaba enormemente la lectura. Tampoco estaba
unificada la ortografía, por lo cual una misma palabra podía escribirse de diferentes
maneras. La unificación de la ortografía es posterior a la invención de la
imprenta.
Antes de la imprenta, los libros, obviamente, eran
manuscritos. En Grecia y Roma, la producción de los libros se hacía en
talleres donde los copistas o amanuenses escribían al dictado; por lo tanto,
no había dos libros iguales y, desde luego, eran muy escasos los libros en
general. La forma de publicación más frecuente era la lectura en voz alta o
el recitado, porque la mayoría de la población no sabía leer. Hasta después
de la invención de la imprenta, la lectura siguió siendo .dominantemente en
voz alta; casi no existía lectura silenciosa. San Agustín cuenta, en las Confesiones,
que son del siglo IV, que estaba viendo leer a Ambrosio y que "mientras
sus ojos corrían por las páginas, su espíritu percibía el sentido pero su voz
y su lengua estaban quietas". Es decir, San Agustín considera digno de
mención el hecho de que este personaje lea sin vocalizar, y esto se debe a
que la lectura era dominantemente oral. A lo largo de la Edad Media, se
empieza a extender la lectura silenciosa, en general en los monasterios y
conventos. La separación de palabras, la introducción de los signos de
puntuación, la división del texto en párrafos y apartados con subtítulos non
transformaciones que ayudaron a organizar la información que el texto brinda
y contribuyeron al desarrollo de la lectura silenciosa, privada. A medida que
se extiende la lectura silenciosa y al uníparo de su privacidad, comienzan a
proliferar, entre otros géneros, los textos heréticos y los textos obscenos.
Si bien la invención de la imprenta, en el siglo XV,
favoreció la lectura silenciosa, ambas modalidades -silenciosa y en voz alta-
siguieron coexistiendo a lo largo de los siglos; mientras la lectura
silenciosa fue adoptada mayoritariamente por los sectores cultos, las capas
medias y los sectores populares siguieron prefiriendo la lectura en voz alta
hasta bien entrado este siglo. Roger Chartier, que se dedica a historiar las
prácticas de lectura, rastrea cómo aparece representada la lectura en la
pintura y en la literatura de los siglos XVI y XVII. Y encuentra abundantes
escenas de lectura en voz alta. En el final de La Celestina, de Fernando de Rojas, aparece una nota que dice que el
texto debe leerse en voz alta, frente a un auditorio de no más de diez
personas y con variaciones de voz para atraer a los oyentes. También en el
siglo XVII, en la segunda parte del Quijote de Cervantes, aparece un capítulo titulado "Que trata
de lo que leerá aquel que lo leyere y oirá aquel que lo escuchare".
Chartier señala la abundancia de escenas de lectura en voz alta en los
relatos que narran viajes largos, donde tiene la función de amenizar el
trayecto, de servir para trabar contacto con los otros viajeros y como punto
de partida para la conversación.
La imprenta
La invención de la imprenta produjo importantes
transformaciones. Por una parte, la posibilidad de producir copias idénticas
de un mismo texto. Por otra, la uniformización de la tipografía. También, el
abaratamiento de los costos al producir en cantidad. Los textos se
multiplicaron y se amplió el público lector. Pero esta capacidad de
multiplicación se enfrentó con la ausencia de un público alfabetizado. Una de
las razones por las que crecieron las escuelas en Europa, en un proceso
gradual que va del siglo XVI al XIX, fue la presión que ejercieron los
imprenteros y libreros, que eran los editores de la época, para extender el
mercado.
Si la imprenta permitió ampliar el público lector, en
conjunción con la escolaridad, a su vez, los nuevos sectores que se
incorporan a la lectura presionaron sobre la imprenta para que se publicaran
otro tipo de textos. Es decir, surge un público amplio, nuevo, que exige
otras lecturas, lo que lleva a la aparición de los periódicos, del folletín y
de otras publicaciones por entregas que repartían los vendedores ambulantes.
Empiezan, así, a proliferar nuevos escritos, que son los que consumen los
nuevos sectores del público.
En nuestro país, la Generación del '80, que fue la que
encarnó el proyecto modernizador de la Argentina, instaló la escolaridad
obligatoria. Adolfo Prieto, en El discurso
criollista en la formación de la Argentina moderna, aporta algunos datos interesantes en relación con este
proceso: si, a mediados del siglo pasado, asistían a las escuelas primarias
11.000 niños, los censos de la década del '80 informan que se habían
multiplicado a 145.000. A su vez, un semanario de 100 páginas, como Caras y Caretas,
tenía una tirada de 70.000 ejemplares, es decir, una tirada verdaderamente
importante, que habla de un público lector extendido. Beatriz Sarlo, por su
parte, en El imperio de los sentimientos, analiza un fenómeno interesante que se dio en las dos
primeras décadas de este siglo en nuestro país, el fenómeno de la novela semanal.
Eran novelas breves, sentimentales, consumidas preferentemente por muchachas
jóvenes de barrio, que narraban historias sencillas, de muy fácil lectura, y
que conjuraban el aburrimiento y la rutina y satisfacían las necesidades de
ficción de ese público. Estas novelas llegaron a tener una tirada de 200.000
ejemplares, e incluso reediciones; fueron un boom editorial. Beatriz Sarlo
señala muchas razones que explicarían el éxito de la novela semanal, entre
ellas que eran ediciones baratas, textos fáciles de leer y que, además, no se
vendían en librerías sino en los quioscos o a través de vendedores
ambulantes. A los sectores que recién se incorporaban a la lectura no les
resultaba sencillo moverse en las librerías, que en general estaban ubicadas
en el centro de la ciudad y exigían un entrenamiento para poder obtener
información del paratexto de los libros, conocer editoriales, autores, saber
leer contratapas; es decir, un tipo de destrezas que esos sectores no
poseían.
Resumen
La escritura permitió al lenguaje conquistar el tiempo y
el espacio al materializarlo y fijarlo sobre un soporte móvil; tornó visible
el discurso, exponiéndolo a la contemplación y al análisis; y, al liberarlo
del contexto situacional, propició actividades de evaluación y revisión
crítica. Se trata de transformaciones intelectuales que son causa y
consecuencia, a la vez, del dominio de esta tecnología de la palabra, de su
interiorización como herramienta cognitiva. Y son también procesos
culturales, estrechamente relacionados con otras transformaciones sociales.
En este sentido, hemos visto cómo los sucesivos cambios en el soporte
material favorecieron, a lo largo de la historia, nuevos modos de
relacionarse con los textos y una proliferación cada vez mayor de géneros
escritos.
Bibliografía
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representación. Historia cultural: entre práctica y representación, Barcelona, Gedisa, 1995.
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Renacimiento hasta la época clásica", en Cavallo, G.- Chartier, R.
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Gelb, Ignace, Historia de
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Buenos Aires, Eudeba, 1973.
Ong, Walter, Oralidad y
escritura. Tecnologías de la palabra,
México, FCE, 1993.
Prieto, Adolfo, El discurso
criollista en la formación de la Argentina moderna, Buenos Aires, Sudamericana, 1988.
Sarlo, Beatriz, El imperio de
los sentimientos, Buenos Aires, Catálogos, 1985.
Williams, Raymond. Cultura. Sociología de la comunicación y del arte, Barcelona, Paidós, 1981.
—————————, "Tecnologías de la comunicación e
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